Durante décadas, Estados Unidos construyó un relato cuidadosamente maquillado sobre Venezuela.

Habló de democracia, de derechos humanos, de libertades, de elecciones “legítimas” y de la amenaza de los cárteles.

Todo eso fue el envoltorio.

Hoy, ese envoltorio se rompió.

La postura es brutalmente simple:

Washington sostiene que ellos crearon la industria petrolera venezolana y que, por lo tanto, el petróleo de ese país les pertenece.

No como metáfora.

No como cooperación.

Como derecho histórico.

Aquí es donde ocurre algo inusual:

Por primera vez en mucho tiempo, Trump deja de fingir.

Ya no necesita justificar sanciones con discursos morales ni vender la idea de que el problema es la democracia venezolana.

Tampoco le interesa si el país está gobernado por autoritarios, socialistas o militares.

El mensaje es crudo y directo:

Venezuela importa por su petróleo, y nada más.

Esto confirma lo que muchos intuían y pocos decían en voz alta.

Estados Unidos nunca tuvo una cruzada ética en Venezuela.

Nunca fue una misión de rescate institucional.

Fue, desde el inicio, una disputa por control energético, por reservas estratégicas, por una de las mayores concentraciones de crudo del planeta.

Cuando el petróleo fluía alineado a los intereses de Washington, no había problema alguno con el régimen.

Cuando dejó de hacerlo, apareció el lenguaje de la “dictadura”, las sanciones, el aislamiento y la presión internacional.

El guion se repite una y otra vez en la historia:

Cambia el país.

Cambia el villano.

El recurso siempre es el mismo.

Trump no inaugura esta visión.

Lo que hace es quitarle la máscara.

Dice en voz alta lo que otros presidentes susurraron en documentos clasificados.

Para Estados Unidos, Venezuela no es una nación soberana con derecho a decidir su destino energético.

Es un activo perdido que buscan recuperar.

Y esa honestidad incómoda expone una verdad que trasciende ideologías:

Cuando se trata de petróleo,

la moral es negociable,

la democracia es opcional,

y la soberanía ajena es un estorbo.

Venezuela no está en el centro del conflicto por lo que es,

sino por lo que tiene.

Y mientras el petróleo siga bajo su suelo,

el interés de Estados Unidos nunca desaparecerá.

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